Tiempo de canallas by Carlos Alberto Montaner

Tiempo de canallas by Carlos Alberto Montaner

autor:Carlos Alberto Montaner
La lengua: spa
Format: epub
editor: Penguin Random House Grupo Editorial USA
publicado: 2014-05-05T00:00:00+00:00


ESPAÑA ENLOQUECE

A Larry Wagner le interesaba saber cómo y por qué Rafael Mallo, que se declaraba bohemio y un tanto frívolo, había abandonado la regalada vida parisina de los años treinta para alistarse en la Guerra Civil española, arrastrando, de paso, a Sarah Vandor. El cuadernillo 70 traía las claves:

Aquella agradable vida de placeres, buena mesa y mejores vinos, tertulias, lecturas, exposiciones de arte y creación literaria (los dos publicamos varios poemarios ilustrados por pintores amigos), fue la más feliz y enriquecedora de nuestra existencia, pero comenzó a extinguirse al calor de los sucesos de España (que usted conoce mejor que yo, aunque no los interpretemos de la misma forma). En 1931 se declaró la República, y a partir de ese punto se inició un crescendo de violencia e irracionalidad que culminó en el estallido de la Guerra Civil en 1936, hecho que nos cambió la vida radicalmente, precipitándonos a tomar decisiones trascendentes. Si llevábamos media vida defendiendo una visión revolucionaria de la política, no podíamos quedarnos con los brazos cruzados. Era el momento de la acción. Era el momento en que muchos, en todo el mundo, decidieron actuar.

España, además, se convirtió en el campo de batalla entre el fascismo y el comunismo. Es verdad que en el bando republicano comparecían liberales y socialistas democráticos, y también es cierto que entre los nacionales de Franco (del generalísimo, como a usted le gusta llamarlo, señor comisario) había monárquicos y conservadores que no eran, necesariamente, fascistas, pero desde la perspectiva internacional, quienes acudieron a las trincheras fueron, básicamente, los comunistas, apoyados por la Unión Soviética, frente a los fascistas italianos, alemanes y portugueses respaldados por sus respectivos gobiernos —Mussolini, Hitler y Oliveira— más los miles de moros que Franco trajo de Marruecos.

Para cierto tipo de comunistas, como éramos nosotros, calificados de trotskistas, lo que no siempre era exacto, la situación resultaba muy peculiar. Nos considerábamos internacionalistas, pero Moscú y los comunistas locales partidarios de Stalin nos veían como enemigos (también percibían de esa manera a los anarquistas, comisario, como usted no ignora). Así las cosas, decidimos incorporarnos a las milicias internacionales creadas por el Partido Obrero de Unificación Marxista, el POUM, organización política comunista, muy crítica de Stalin, que tenía dos líderes fundamentales que habían unido fuerzas: Andrés Nin y Joaquín Maurín.

Nin era el hombre legendario que había vivido una década en Moscú, la cuna de la revolución, al frente de los sindicatos internacionales, y había traducido a los clásicos rusos. Maurín, que también había conocido a Lenin y entrevistado a Trotsky, maestro, periodista, a quien traté fugazmente en la URSS, era muy culto y amable, estaba dotado de una fuerte personalidad, tenía una gran cabeza teórica y era un magnífico organizador, pero, lamentablemente, fue detenido al comienzo de la guerra y no se conocía su paradero, aunque se presumía que lo habían asesinado los falangistas (lo que luego se desmintió, como usted sabe). Algunos de sus hombres de confianza, sin embargo, permanecían en la dirección del POUM: Julián Gorkin, Víctor Alba,



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